Llevo meses viviendo como un ermitaño. La rutina es mi certeza. La rutina ha sido mi salvación. La rutina es paz.
Mi vida había llegado a un punto sin retorno. Trabajaba la mayor parte del día, y, para sobrellevar la presión y el estrés, entré en una espiral de alcohol, pastillas y drogas de la que no sabía escapar. Hasta que vi ese anuncio. Hasta que me prometieron una vida nueva. Hasta que comenzó mi rehabilitación.
Dejé todo y entré en el programa. Ahora, cada día me levanto temprano, tomo un buen desayuno, preparo una mochila y salgo a pasear hasta el atardecer. Después, regreso a lo que ahora llamo hogar, miro las estrellas por la ventana y me voy a dormir. En paz.
Pero mañana será mi último día. Mañana me levantaré, tomaré un buen desayuno y saldré, esta vez sin mochila. Y no regresaré.
Mañana daré mi último paseo lunar, acabaré la última botella de oxígeno y miraré, por última vez, lo que una vez fue mi hogar. Veré la Tierra por última vez. Y moriré en paz.