martes, 10 de diciembre de 2019

De locos

A sus 83 años, Mario pensaba que ya había vivido demasiado. Y que todo había ido muy rápido. Y que lo que había visto en los últimos años era de locos. Y que adónde íbamos a llegar.

Sus recuerdos sobre la Primera Crisis del Agua, aunque en aquel entonces apenas tenía 7 años, se habían grabado a fuego en su memoria. El nerviosismo constante de su padre, las idas y venidas de su madre buscando recetas en las que no hubiera que hervir o cocer, las alarmantes noticias de la televisión, los camiones cisterna que una vez por semana acudían a su barrio...Pero la sed, sobre todo la sed. 

Cuando la crisis pasó, gracias a la labor de las inmensas desalinizadoras instaladas a lo largo de toda la costa del país, hubo unos años de tregua. Pero Mario no olvidaba tampoco el inicio de lo que los medios de comunicación llamaron el Termostato Ascendente, ese efecto del clima que, sutil al principio pero intenso al final, hizo aumentar la temperatura de la Tierra. En esa época, Mario estudiaba en la Universidad y, poco a poco, vio cómo iban desapareciendo de su armario los abrigos, las bufandas, los gorros y  los guantes. Hasta que ya, por desuso, los jerseys de lana e incluso las camisetas de manga larga dejaron de fabricarse.

Y fue este calor constante  lo que provocó la Segunda Crisis del Agua. Y después la Tercera. Finalmente, dejaron de ser numeradas, pues ya no eran crisis, sino el día a día de todo el planeta.

Hasta que sucedió lo de Japón. Hasta ese momento, todo el mundo vivía pensando que, por arte de magia, las cosas mejorarían. Pero lo de Japón fue la confirmación definitiva de que aquello sólo podía ir a peor. Y así fue.

El sonido de los pasos de Digna acercándose por el pasillo le sacó de sus pensamientos. Digna -siempre sonriente, siempre callada, siempre firme- era salvadoreña. Toda su familia había fallecido en la tragedia. Porque a lo de Japón le siguió Centroamérica. El muro que rodeaba por completo los Estados Unidos, construido durante el cuarto mandato de Donald Trump, condenó a muerte a las miles y miles de personas que intentaban escapar del desastre. Quizás fuera justicia poética el hecho de que Trump, a punto de concluir su quinto mandato, muriera bajo los escombros de un hotel de lujo tras el Gran Terremoto de San Francisco.

Digna, haciendo honor a su nombre, sin inmutarse y con una increíble habilidad, levantó a Mario de la cama, lo vistió con unas bermudas y una camiseta, le puso la visera y lo sentó en la silla de ruedas. Con un movimiento de cabeza que indicaba que todo estaba en orden, condujo la silla -y los pensamientos de Mario- hasta la calle, encaminándolos, como todos los días, hacia el Paseo Marítimo de Burgos.

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